lunes, 12 de septiembre de 2011

PEDRA DAMUNT PEDRA, LA SOLEDAT SENSE TREVA/PIEDRA SOBRE PIEDRA, LA SOLEDAD SIN TREGUA-COMENTARIO Y TRADUCCIÓN DE PERE BESSÓ


Sempre preferírem els hiverns deshabitats,
el deliri de les funeràries, anul•làrem el poder de les finestres:
hi ha paraules confuses que llepen la saliva, dies incorregibles,
excepte que siguen per a escriure epitafis en les tombes.
IMAGEN TOMADA DE mISWALLPAPERS.NET




Querido André:


Piedra sobre piedra, la palabra o el silencio. Esa es la eterna condena en la que nos sumió el dios alfarero, por mucho que el gran Ginsberg tratara de zafarse de la misma, tras la máscara del personaje zafio y burlón (de ahí tu segura elección de la cita).
Del poema, amigo Andrés, me quedo con la recuperación del jarro en donde tras la expulsión del Edén guardamos el agua, el pan, la miel, todo embutido de orza y, cómo no, las palabras. Un jarro que es vida, aun cuando se quiebre, consienta, raje o rompa.
Un jarro que vale en su mansedumbre de ciencia cierta lo que el mito desparramará inútilmente en caja de Pandora. Las muescas de la Vida y las señales de la Muerte:

Como todo, también las palabras mueren
en boca de quien las pronuncia con facilidad o falsedad,
quedan en el aire, etéreas, cuando se quiebra
el jarro que las contiene o las deshace el agua
cuando el agua se convierte en antorcha sinuosa.


Un abrazo, amigo.
Pere




PEDRA DAMUNT PEDRA, LA SOLEDAT SENSE TREVA




Tengo suerte de tener los cinco dedos en la mano derecha
suerte de hacer pipí sin que me duela mucho
suerte que los intestinos se muevan…
ALLEN GINSBERG




Pedra damunt pedra l’ossada que obrí el pit.
El vent cremat dels morts, la cara perduda en la taula,
—tu, com un raïm enfilant-se al pit,
Rius foscos ixint de l’alé. Fórem forjats per a viure
en soledat permanent, amb la nit d’hora de les marees,
amb la vella creença de les parpelles tancades
per a no ser testimonis de l’alegria,
per a esvair-nos en l’infortuni dels llençols.
Sempre les aigües de la soledat afonant els ulls,
aquelles violes que en acabant es convertiren en cendra somnàmbula,
la roba que sempre li quedà curta als somnis.

Sempre preferírem els hiverns deshabitats,
el deliri de les funeràries, anul•làrem el poder de les finestres:
hi ha paraules confuses que llepen la saliva, dies incorregibles,
excepte que siguen per a escriure epitafis en les tombes.
En tot aquest temps ens menjà el no-res, és dir,
el semen del buit damunt de l’heura de les cames;
la crueldat del silenci amb les seues parets secretes;
els ulls humitosos impossibles de direcció.
Perdérem tot allò que guanyàrem amb l’eco de les campanes.

(Parlem del món ara de retorn al nostre bolic.
De retorn per a què, o per a qui,
quan la inflació ens ha fet desadaptats,
quan les xarxes socials ens duen fins al fàstic
fins al punt de la desesperança. Com fundar un nou regne
entre tant monstre, ah, Zenó de Citi, Heràclit, Hegel?
Ací la mudança diària del foc, ah, Diògenes de Babilònia,
Escipió, de què ens serveix l’estoicisme
en temps en què el foc crema les parpelles,
i l’home és menjat pels megaemporis,
fundats per a enaltir el bruc de la Bossa de Valors
de qualsevol país del món? Des de trones sagrades
se’ns parla de fortalesa i resignació, des dels areòpags
se’ns invita a carregar felizçment la culpa a perseverar en la disfressa.)

Com em dol la ciència quan pense
en la Sodoma del suor vessat en l’ombra blanca del melic,
el pretèrit amb els seus ecos encalats, quan parlàvem,
malgrat l’ebriesa del fred, sense cap drap,
ací, al llit. —Com tot, també les paraules moren
en boca de qui les pronuncia amb facilitat o falsedat,
resten en l’aire, etèries, quan s’esberla
el gerro que les conté o les desfà l’aigua
quan l’aigua es torna torxa sinuosa.
Cadascú juga al deliri del que vol:
per bé que la salmorra trenque dia rere dia l’espill,
malgrat la palpitació grisa de les soledats, camins d’endolats
ganivets sostinguts per la llengua…

Baratària, setembre de 2011





PIEDRA SOBRE PIEDRA, LA SOLEDAD SIN TREGUA




Tengo suerte de tener los cinco dedos en la mano derecha
suerte de hacer pipí sin que me duela mucho
suerte que los intestinos se muevan…
ALLEN GINSBERG




Piedra sobre piedra el esqueleto que abrió el pecho.
El viento quemado de los muertos, la cara perdida en la mesa,
—vos, como un racimo trepando en el pecho,
oscuros ríos saliendo del aliento. Fuimos forjados para vivir
en soledad permanente, con la noche temprana de las mareas,
con la vieja creencia de los párpados cerrados
para no ser testigos de la alegría,
para desvanecernos en el infortunio de las sábanas.
Siempre las aguas de la soledad hundiendo los ojos,
aquellos alelíes que luego se convirtieron en sonámbula ceniza,
la ropa que siempre le quedo chica a los sueños.

Siempre preferimos los inviernos deshabitados,
el delirio de las funerarias, anulamos el poder de las ventanas:
hay confusas palabras que lamen la saliva, días incorregibles,
salvo que sean para escribir epitafios en las tumbas.
En todo este tiempo nos comió la nada, es decir,
el semen del vacío sobre la yedra de las piernas;
la crueldad del silencio con sus paredes secretas;
los ojos húmedos imposibles de dirección.
Perdimos cuanto ganamos con el eco de las campanas.

(Hablamos del mundo ahora de regreso a nuestro petate.
De regreso para qué, o para quién,
cuando la inflación nos ha vuelto desadaptados,
cuando las redes sociales nos llevan hasta el hastío
al punto de la desesperanza. ¿Cómo fundar un nuevo reino
entre tanto monstruo, ah, Zenón de Citio, Heráclito, Hegel?
Aquí la mudanza diaria del fuego, ah, Diógenes de Babilonia,
Escipión, ¿para qué nos sirve el estoicismo
en tiempos en que el fuego quema los párpados,
y el hombre es comido por los megaemporios,
fundados para enaltecer el panal de la Bolsa de Valores
de cualquier país del mundo? Desde púlpitos sagrados
se nos habla de fortaleza y resignación, desde los areópagos
se nos invita a cargar felizmente la culpa a perseverar en el disfraz.)

Cómo me duele la ciencia cuando pienso
en la Sodoma del sudor vertido en la sombra blanca del ombligo,
el pretérito con sus encalados ecos, cuando hablábamos,
pese a la ebriedad del frío, sin ningún trapo,
aquí, en el lecho. —Como todo, también las palabras mueren
en boca de quien las pronuncia con facilidad o falsedad,
quedan en el aire, etéreas, cuando se quiebra
el jarro que las contiene o las deshace el agua
cuando el agua se convierte en antorcha sinuosa.
Cada quien juega al delirio de lo que quiere:
pese a que la salmuera rompa día a día el espejo,
pese a la palpitación gris de las soledades, caminos de enlutados
cuchillos sostenidos por la lengua…

Barataria, septiembre de 2011